CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR…

Aunque los motivos por los que cambiaban las condiciones climáticas ancestrales, nada tenían que ver con el actual CO2, la contaminación, los plásticos o el ozono, a nuestros antepasados también les preocupaban las situaciones y los paisajes que se sucedieron en pocos siglos.

Hablar del tiempo es un clásico cuando no se sabe que decir. Sin embargo, es un tema fundamental y a todos nos preocupa. Y más cuando los científicos nos avisan de que el tiempo, o mejor dicho, que el clima se halla desbaratado. En muy pocos años hemos sido testigos de la presencia de amapolas en enero, nieves en abril y sequías perpetuas seguidas por pertinaces diluvios. El resultado es que se funden los glaciares, los desiertos se expanden y los mares suben su nivel. Pero en realidad la normalidad del clima la constituyen los cambios. La arqueología se vale de otras ciencias para saber en qué condiciones y dinámicas atmosféricas vivieron nuestros antepasados. En este sentido el estudio de las plantas resulta fundamental, dado que cada especie necesita unas específicas condiciones de lluvia y temperatura para vivir. De las ciencias que se dedican al estudio de las plantas está la antracología, que recupera los carbones que se encuentran en las hogueras para identificar los árboles y arbustos. Junto con la palinología, que presta atención al polen que se almacena en los estratos arqueológicos, representan las dos disciplinas básicas para recomponer el panorama vegetal de un lugar concreto y por ende su clima. Para mayor precisión, estos datos se contrastan con los que ofrece la sedimentología, a propósito de los tipos de erosión que se detectan en las arenas, gravas y barros de un yacimiento. Y por último se intenta datar todos esos restos para situarlos en un momento concreto de la historia. Sería muy farragoso explicar los métodos con los que se trabaja en la actualidad. Quizás el más famoso sea el Carbono catorce (C14). Aunque existen muchos más, y cada vez más precisos. La combinación de todo ello permite revelar muchos aspectos del pasado. Sabemos por ejemplo que en el remoto paleolítico superior, los montes de Villena se hallaban poblados de enebros, sabinas negras, pinos salgareños y pinos rojos, tal cual vemos hoy en la Serranías del Maestrazgo o Teruel. También que durante el imperio romano hizo tanto calor en Europa que se cultivaron vides en el norte de Inglaterra y en lugares pirenaicos como La Cerdanya. Que a finales de la edad Media y de forma intermitente hasta principios del siglo XX, se pasó tanto frío en invierno que el periodo se conoce como el de las pequeñas glaciaciones. Época en la que se helaban durante semanas ríos como el Támesis, el Sena, el Ebro, y hasta el Segura. Eso lo vivieron nuestros abuelos que jugaban y patinaban dentro de balsas y acequias cuajadas en enero.
Hoy sabemos con certeza que cualquier clima del pasado fue diferente y pasajero. Aunque los motivos por los que cambiaban las condiciones climáticas ancestrales, nada tenían que ver con el actual CO2, la contaminación, los plásticos o el ozono, a nuestros antepasados también les preocupaban y les resultarían llamativas las situaciones y paisajes que se sucedieron en pocos siglos.

Josep Menargues
Técnico de la Sección de Arqueologia